Leyendas y Tradiciones
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- Publicado: Viernes, 11 Septiembre 2015 20:58
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BENJAMÍN BAZARÁN
Abel León Ojeda
Bazarán forma parte de los “enseres” costumbristas inventariados de Gonzanamá, junto con: Felipe, Poncho Amarillo, Padezco, El Peruano Vicente Solano, El loquito Cañar, La Celina, La Tiodosa y tantos otros personajes.
De Bazarán no hay documento alguno que lo identifique; sin familia. Don Julio León Ludeña, “El Medico”, era su protector. Amigo de todo el mundo, presto a hacer cualquier servicio ordenado por quien le obsequiaba un poco de comida, ropa o una moneda.
Desde que lo recuerdo en un viejo ropero, era un hombre que caminaba con dificultad, con la vejez a cuesta, encorvado. A veces limpio e impecable cuando alguien “pagó” su trabajo con una ropa olvidada en algún viejo ropero; el mayor tiempo: sucio, lleno de harapos, desprendidos del otrora elegante traje y más tarde descuidado por el paso inmisericorde del tiempo. Recorría sin cansancio las calles de la ciudad, descansaba de su “faena” en cualquier portal o banco exterior de las viviendas. Entrada la noche, regresaba a su fría solitaria vivienda, que en sus últimos años fue un tétrico, frío y oscuro cuarto del mercado municipal.
Vestía atuendos originales, porque nunca fueron hechos a su medida y gusto; sino, por el contrario, su vestido fue siempre la caridad de quien lo protegía. Su traje era limpio cuando lo recibía; pero a medida que transcurría los meses, se llenaba de mugre hasta que era cambiado por otro vestido generosamente donado; camisa que en su momento debió ser blanca saco de excelente casimir alargado por el uso, pantalón acortado a su medida. Protegían sus pies rotas alpargatas (hoshotas), que nunca evitaron que sus pies sangraran por los duros golpes de las piedras de la vida.
Algún paisano me relató que por los años veinte del siglo anterior, Don Julio León Ludeña “médico” del pueblo, lo trajo desde Malacatos en calidad de vaquero, dominador del lazo y domador empedernido de caballos de paso. Sin familia ni allegados llegó pobre a su vejez para vivir de la caridad.
Su larga barba, pintada de blanco por el tiempo; su ancha espalda, que cuando joven soporto la carga de un “torete” de ciento cincuenta kilos, estaba encorvada; sus extremidades inferiores sentía el dolor de la artritis y sus manos torcidas por el reumatismo solamente le servían para llevar un viejo perol en el que recibía la caridad diaria y manejar con torpeza su duro bastón, que le ayudaba a caminar. De estatura media (1.50 aproximadamente) moreno con excelente dentadura. Así lo conocí. Lo vi envejecer vagabundeando su pobreza y soledad; lo vi caminar dificultosamente por las calles céntricas de la población, o sentado somnoliento en los banquillos públicos de los polvorientos corredores descansando, siempre con el bastón entre sus manos, listo para “reprender” a los niños que desobedecían a sus padres y que estos le pedían que los “castigue”. Sus pesadas manos, de cuando en cuando, se movían para deshacerse de las moscas que desesperadamente querían hacerle compañía.
La expresión de su rostro siempre nos hizo saber “que estaba alegre”, aunque su corazón debió llorar por la pobreza y soledad que le acompañaron siempre.
Mientras pudo valerse por sí mismo, fue ágil de gestos vivaces, voluntarioso para realizar un servicio y conocedor de muchos secretos, especialmente femeninos, que por ventura se los llevo a la tumba.
Bazarán: ¡llévate esa muchacha llorona!, le pedía la madre y el con su filosofía populachera, respondía: No, no me la llevaré por que la niña no es malcriada; ¡es muy linda!
Todos los gonzanameños conocíamos a Bazarán. Era el personaje querido. ¡Ay de aquel que le faltara el respeto!... la veía difícil. Nos habíamos enseñado a quererlo; todos estuvimos pendientes de su vida. Yo diría que las calles se acostumbraron a su presencia y que Bazarán se habituó a transitarla todos los días de su vida.
Sus octogenarios años bien pudieron convertirle en un insignificante habitúe de las calles y hogares gonzanameños. Caminaba, apoyado en su bastón, sin prisa ni horizonte. A veces simulaba “perseguir” a los mozalbetes y a unos cuantos escolares empeñados en causar molestias. Nunca causó daño, no mendigo jamás, se contentó minuciosas que le obsequiamos: ropa usada, un pan, otra comida, quizás un moneda.
Hasta que no lo volvía a ver. Me había ido de Gonzanamá y a la distancia supe que murió. Gonzanamá lloró su partida. Lo encontraron muerto en el cuarto que el municipio le prestó en el mercado. Centenares de hombres, mujeres y niños le dimos el adiós; todos colaboramos para la noche de su velación y la cristiana sepultura, a la altura de cualquier “rico”. Hubo lágrimas, pero de aprecio, de gratitud; de aquellas que brotan de los ojos, cuando realmente se siente la partida de un ser querido.
La muerte le sorprendió sin familia pero con un pueblo que siempre estuvo pendiente de su vida.
¡UNA QUE NO PICA!
Pedro Piedra García
Pasión, dinero y… finalmente el buen Canta Claro en estas riñas que se definen con la muerte en una de los dos.
Mis primeros recuerdos acerca de las peleas de gallos en Gonzanamá se remontan al tiempo cuando la gallera quedaba ubicada frente a la Botica de Don Julio León Ludeña (otrora “medico de los gonzanameños”), donde se daba cita la gente después de oír el sermón de la misa de las once de la mañana de los domingos. Mi padre, gallero empedernido hasta hoy, me llevaba con dos, tres o más gallos que solo regresaba a casa cuando estaban de hacerlos hervir en la olla o era menester darles los santos óleos.
Por entonces yo era un solo escolar y se impuso entre los niños del pueblo la “moda” de los pantalones cortos con pechera, moda está que fuera importada desde la Madre Patria por las Madres Dominicas que regentaba las escuelas católicas en Gonzanamá. Nos llamaban jotos y era característico llevar en nuestros bolsillos, en el uno la machica y en el otro el dulce. Así, cuando nos apuraba el hambre, sacábamos un bocado de máchica, la misma que era humedecida en la boca a la espera de la mordida de raspadura para poder ingerirse. Era la época en que los escolares del campo cargaban sus hoshotas en la alforja solo les ponían después de haberse lavado sus rústicos pies en las quebradas y acequias más próxima al pueblo, tan solo para llegar a la escuela.
Este año tuve la oportunidad de ir nuevamente a la gallera al cabo de casi una década, la encontré en otro lugar distinto de la ciudad.
Cuando entré, a eso de las dos de la tarde, casi no había donde sentarse. Sorprendido, pase la vista en torno a la gente allí congregada. La mayoría de las caras me eran familiares, solo que unas poco más avejentadas. Como que nunca hubiese visto una pelea de gallos, observe muy cauteloso y trate de pasar desapercibido.
La ceremonia es por demás larga. Comienza cuando el “Señor Juez” dice a los presentes “A ver, paren, paren…”. Todos alinean sus ejemplares en torno a la cancha. Después de pesarlos y de largas deliberaciones, en las que se analizan los antecedentes de parentesco, “nacionalidad”, vicios y virtudes de los “púgiles”, “se casa” la pelea ante el juez.
Acto seguido se procede a calzarlos. Para el efecto se ve a los mejores calzadores. Puede resultar letal forma como se calce al gallo. Hay espuelas de las más diversas formas y tamaños, que parecen espadas, hechas de carey o de “diente de ballena”. Me contaba el “juez oficial”, que el valor del estuche de diez espuelas o “piojas” es muy alto.
¡Y comienza la pelea! El público, a imitación de lo que hacían las multitudes vociferantes en torno a los gladiadores romanos, no cesará de rugir hasta no ver expirar a uno de los gallos en la arena.
Pero no siempre las riñas terminaban así. Se dan casos en los que se hace “tablas”, “no pica”, “esta engargantado”, etc. En este caso, es como si el drama no hubiese alcanzado su clímax y el placer de ver morir queda insatisfecho.
La mayoría gritaba cosas que alguna vez había oído y que en ese momento me parecían nuevas y pintorescas: “¡Quién da más!”, ¡Pago mil a un tabaco!, ¡Doblo!, ¡Cuantas veces! ¡UNA QUE NO PICA! Frases estas que en el “argot gallístico” significan apuestas en la forma peculiar de expresarlas y que los asistentes las entienden a la perfección.
Todo el mundo cruza apuestas que van desde los cinco dólares, hasta los diez, veinte… o más. ¿Cómo acuerdan después de lo que han arriesgado en este o aquel gallo y con quienes habían apostado? Solo Dios sabe…Lo cierto es que al final de cada pelea religiosamente se cobran y se pagan las apuestas. Casi siempre, ¡los galleros se caracterizan por ser gente de honor!
EL SEÑOR DEL BUEN SUCESO
Fray Jose María Vargas, O.P.
El 17 de octubre de 1568, se realizó la distribución del territorio de la Diócesis de Quito, asignado a cada pueblo un sacerdote para el servicio religioso. A falta de sacerdotes seculares, fueron tomados en cuenta sacerdotes de las comunidades religiosas. A la Orden Dominicana correspondió en este reparto la atención a las doctrinas de Garrochamba, Pozul, Cariamanga y Gonzanamá, que pertenecía a la provincia de Loja.
En 1584 fue erigida en provincia la Diócesis de Quito, desmembrado la de San Juan Bautista del Perú; fue nombrado primer Provincial el Padre Jorge de Loza, quien vino hacerse cargo de la oficina en 1586, trayendo consigo veinticinco religiosos de los diversos conventos de España.
El Padre Loza estuvo presente en Loja en diciembre de 1587. En el convento de Santo Domingo de Loja se hallaban asignados el Padre Diego del Salto como superior y como conventuales los padres Juan de Arce, Fray Gregorio Gracias y Fray Alfonso Pérez. El provincial con esos religiosos firmó, el 29 de diciembre de 1587, un contrato con el capitán Juan de Alderete, por el cual se obligaba a establecer una escuela primaria en el convento de Santo Domingo de Loja. De este personal religioso se echaba mano para el servicio de las doctrinas.
El Padre Gregorio García fue designado para atender a la doctrina de Gonzanamá, donde permaneció por el tiempo de nueve años. En su libro de la “Predicción del Evangelio en el nuevo mundo”, impreso en Baeza de España en 1625, escribe sobre Gonzanamá: En la provincia de Calva, diez leguas de la ciudad de Loja, está cerca del pueblo llamado Gonzanamá, una piedra grande, donde hay una huella y pisada de hombre que, según parece, no es hecha acaso de la naturaleza ni de industria con arte humano, sino milagrosamente, que allí quedo estampada de aquel hombre blanco y barbado que presumimos era el apóstol o discípulo. Se refiere a los indicios de la posible predicción de los apóstoles en el Nuevo Mundo.
El obispo Fray Pedro de la Peña, en el sínodo que celebró en 1570, se refiere a los montes, fuentes y sitios, en que idolatraban los indios. Para cambiar los motivos de la idolatría, ordenó a los curas de doctrinas que pusieron cruces en los lugares donde los indios idolatraban. Esta resolución explica, por una parte, la devoción de los indios a las cruces, y por otra, las diversas advocaciones con que son denominadas las imágenes del Señor Sacrificado.
A este respecto cabe recordar al señor del Árbol de Pomasqui, de Aloag y Cuicuno, y a los crucifijos de Girón o de Yangana.
Con el nombre del Señor del Buen Suceso es conocida desde muy antiguo la imagen del señor Difunto que se venera en Gonzanamá. Desde el punto de vista artístico, es una de las mejores obras de la colonia. Allá debieron llevar la imagen de los Padres Dominicos, que sirvieron la doctrina de San Jacinto de Gonzanamá hasta mediados de la vida republicana. No es una imagen del señor Crucificado que integra el grupo de un calvario; es una imagen aislada con la advocación propia del Señor del buen Suceso.
La taumaturga imagen del “Señor del Buen suceso”, fue tallada por Diego de Robles en el Siglo XVI y traída a la tierra de los “Gonzanamaes”, por los padres dominicos, que sirvieron a la Doctrina de santo Domingo de Gonzanamá, hasta mediados de la vida republicana.
La celebración de la fiesta comienza el 18 de agosto con la “Tradicional Bajada del Señor” de su trono que se encuentra ubicada en el altar mayor, hasta un sitio especial desde donde preside la multiplicidad de actividades religiosas preparadas en su honor.
El 19 de Agosto se celebran las vísperas con la concurrencia masiva de los priostes- personas voluntarias que se encargan de la organización y financiamiento de la conmemoración religiosa. Constituido en tradición este festejo se lo ameniza cuidadosamente en horas de la noche, con la quema de castillos, juegos pirotécnicos y la insustituible vaca loca. Al acto se da cita toda la ciudadanía que habita en el sector y turistas que nos visitan
El 20 de agosto es el día de la fiesta dedicado a honrar al Señor del Buen Suceso, se desarrollan una serie de actos que culminan con la celebración de la Santa Eucaristía de fiesta, la cual es presidida por la primera autoridad Eclesiástica de la provincia El Obispo de la Diócesis de Loja, y los sacerdotes y religiosas de de las parroquias y cantones Vecinos. Durante estos días la ciudad se viste de gala y acoge a centenares de peregrinos que concurren a participar de los actos litúrgicos internos que influyen la celebración de la misa de fiesta , el sermón de orden y, la celebración concluye con la tradicional procesión del “Señor del Buen Suceso” por las calles céntricas de la ciudad.
LA SANTISIMA VIRGEN DEL CARMEN (DE COLCA)
Lo que hoy constituye la Hacienda de Colca, de propiedad de la familia Samaniego hace algunos años se constituyó en el escenario de una importante leyenda acerca del descubrimiento de la advocación de la Santísima Virgen del Carmen que en la actualidad es venerada con profundo recogimiento en la iglesia matriz de la ciudad de Gonzanamá.
Se comenta que un cierto día, un transeúnte agotado por extensa travesía del camino de herradura única vía que servía de tránsito entre Gonzanamá y la capital provincial se detuvo junto a una quebrada del lugar para saciar su sed. Mas su sorpresa fue grande, al observar que en dichas aguas se reflejaba la imagen de la santísima virgen portando un hermoso escapulario que le servía de pista, mas tarde al aturdido peregrino, para reconocer que se trataba de la Santísima Virgen del Carmen.
Del particular se dio aviso a los vecinos, los mismos que al inspeccionar el lugar constataron que se trataba de la Santísima Virgen del Carmen. La misma que estaba grabada en una piedra que había venido sirviendo de puente en la pequeña quebrada del sector. En forma inmediata los moradores prepararon sus “yuntas” bueyes amansados para realizar faenas agrícolas – para trasladar la piedra a la casa de hacienda de Colca.
Más al intentar arrastrar la piedra con los bueyes, estos no lograban avanzar más que escasísimos metros del lugar del hallazgo. “Con lo cual se advertía que la imagen deseaba ser venerada en ese lugar el deseo de la virgen fue respetado por los moradores de la comarca. En ese lugar la honraron muchos años, propios y extraños que acudían en peregrinajes desde lugares muy distantes del interior de la provincia y fuera de ella; inclusive se contaba con la presencia muy significativa de devotos del vecino país Perú.
En la actualidad se conoce a decir de los dueños de la hacienda de Colca y del extinto sacerdote gonzanameño Jorge Abiatar Quevedo, que la piedra que se halla dibujada la venerada imagen fue encontrada sobre la cuenca de una pequeña quebrada del sitio El Toldo de la parroquia Gonzanamá, encontrado en esta, la superficie ideal para que se pinte la sagrada imagen de la virgen del Carmen.
A pedido del Dr. Manuel Samaniego, el Señor Manuel Riofrío contrató de la ciudad de quito, a un excelente pintor para que realice la obra antes dicha. La imagen fue pintada con otros murales en la hacienda de Colca.
Terminada la obra la imagen fue colocada, con esfuerzo, sobre una piedra mas grade que servio de altar por muchos años, en una pequeña capilla ubicada en el camino real que conduce a la ciudad de Loja.
Esta portentosa imagen actualmente se encuentra ubicada en un lugar especial de la ciudad de Gonzanamá, asignado para su veneración. Su traslado desde la capilla desde Colca hasta el templo de Gonzanamá, fue lleno de misterio y fe, ¡Por cierto! Como olvidar aquel temor extraordinario experimentado por los habitantes, en lo más incógnito de su ser, al recordar con respeto y humildad la leyenda narrada. Mas la decisión del pueblo, encabezado por el entusiasta sacerdote gonzanameño Jorge Abiatar Quevedo, pudo más que la leyenda. Hoy, con mucho fervor religioso, se la venera particular en su gran día de fiesta, el 16 de julio de todos los años. Los devotos, debidamente organizados, queman castillos, juegos pirotécnicos, vaca loca y otras añejas tradiciones que aún se mantienen vigentes.
LA ESCARAMUZA
El 20 de agosto constitúyase, según el calendario religioso, en el día dedicado a honrar al Señor del Buen Suceso. Imagen venerada por sus imperecederos “favores” concedidos a sus fieles devotos. Esta tradicional celebración se ha transmitido de generación a generación, constituyéndose en la fiesta religiosa más grande del cantón.
Los “priostes”, hombres y mujeres de diversa condición social y económica, provistos de costosos castillos, modernos juegos pirotécnicos, la infaltable vaca loca y la novena del Señor se dan cita de año en año en el Santuario del Señor del Buen Suceso para solemnizar los actos litúrgicos programados en honor de la advocación.
La “Escaramuza”, hoy lamentablemente desparecida, era parte importante de la programación artística que antiguamente daba realce a la tradicional fiesta religiosa del 20 de agosto. Consistía en concentrar en la plaza pública un medio centenar de jinetes con las mejores cabalgaduras existentes en la región. Los briosos caballos, hábilmente conducidos, formaban coloridas figuras, letras, palabras, y hasta hermosos escudos de armas. Un disparo que irrumpía el telón del firmamento daba inicio a la singular jornada. Las notas de un aire típico, pasacalle o tonada, alegremente interpretada por la banda musical, ponía la alegría, el colorido y la esperanza.
En el “argot religioso”, se narra que un distinguido ciudadano de Gonzanamá, poseedor de un hermoso ejemplar, se negó por alguna causa justificada, a participar en la española carrera de caballos, que concluía con la tradicional “escaramuza”, que no tenía otro fin que honrar al Señor del Buen Suceso y obtener algunas limosnas para su templo.
Para ese entonces, nadie se negaba a participar o a prestar sus mejores cabalgaduras para la celebración de la sonada “escaramuza”, por lo que el Señor del Buen Suceso “dueño de todas las cosas no miro con indiferencia esta negativa, el cielo es celosos de su gloria”. Mas sucede, que mientras se realizaba la suntuosa “escaramuza” en la plaza pública de Gonzanamá, moría también en su establo el hermoso corcel del recordado ciudadano, con un fuerte dolor no determinado. Muchos creyentes afirman que fue un castigo del Señor del Buen Suceso; los menos severos creemos que fue una inesperada coincidencia ya que “El Señor” no castiga, perdona; purifica nuestros corazones y nos enseña a amarnos unos a otros, sin distingos sociales, sin resentimientos vanos.
Consultado alguna vez, este respetado ciudadano Gonzanameño que dios con su infinito poder me otorga como padre don Francisco Ludeña Yaguana (+), hombre de muchos quilates, sobrio en sus apreciaciones, firme en sus convicciones, amante de la verdad y especialmente un católico convencido con el rostro destellado por la inconmesurable fe en el señor del Buen Suceso, y como queriendo arrancar de su memoria el infausto acontecimiento manifestó: “El Señor así lo determinó. ¡Que se cumpla su santa voluntad!”.
LEYENDA DE LA VIRGEN DEL ROSARIO
Cuéntase, "que en tiempos muy remotos existió una niña que pastoreaba sus ovejas en las faldas del Colambo, lugar al que concurría diariamente otra niña de extraordinaria belleza quien invitaba a la pastorcita del lugar, a jugar haciendo altares. Esta era la causa por que la pastorcita se tardaba mucho en regresar a su casa de habitación.
Preocupada, la madre comenzó a averiguar la causa de los contínuos retrasos de su hija recibiendo como respuesta de su tardanza, la noticia de que todos los días la invitaba a compartir sus juegos otra niña.
La preocupación de su madre subió de grado; tanto, que al siguiente día acompañó a su niña, motivada por la curiosidad de conocer aquella niña extraordinaria belleza. La sorpresa de la madre fue tal, que al presentarse en el sitio indicado, solo pudieron constatar la presencia de una imagen esculpida en piedra, con los rasgos y características fisonómicos de la niña compañera de sus juegos.
Aturdida por la sorpresa, rápidamente, corrió la noticia entre los habitantes del lugar, quienes, al constatar la veracidad de éste relato, construyeron una capilla en el lugar del hallazgo, dedicándola al culto y veneración de la Virgen del Rosario, por llevar dicha imagen, el distintivo elocuente entre sus manos.
Desde aquel entonces, los moradores de la parroquia Purunuma celebran, año tras año y con mucha devoción cristiana, las festividades en honor a la Virgen del Rosario, manteniendo, de esta manera, intacta las tradiciones y costumbres ligadas férreamente a su convivir social y a su historia".
¡EL BRAVO! COLAMBO
Una de las antiguas leyendas que se transmiten, de generación en generación, es la del cerro Colambo. Se conserva la creencia de que el Colambo es un cerro muy bravo, con un alto poder destructivo. Aseguran los vecinos del lugar, que en muchas ocasiones fueron testigos del lanzamientos de “grandes proyectiles”, humos. Ceniza y lava, así como de ruidos estrepitosos salidos desde las entrañas mismas del coloso.
Se cuenta que en tiempos muy remotos, el Colambo mantuvo una pelea con el Huaca cerro ubicado en la ciudad de Cariamanga y, aseguran que fue tan grande la furia del volcán hoy apagado que experimentó en la batalla librada con la elevación vecina que llegó al extremo de arrojarse bolas de oro con las cuales derribó una parte de su cima, la misma que fue a caer en un sitio denominado Bella María. El Ahuaca por su parte, sin poder contener su enojo, le contestaba con su papajón y piedras las mismas que avanzaron hasta Santa Bárbara y Anganuma.
Otros habitante del sector afirman la existencia de grandes tesoros en la cima del Colambo. Manifiestan, que en tiempos remotos, en la parte más alta del cerro existió una laguna “encantada”, la misma que al descubrir la llegada de algún extraño, se enfurecía tanto que levantaba densas cortinas de neblina con fuertes ventarrones cargados de páramo y bajísima temperatura. Otros habitantes con extrema precaución al acercarse no despertaron, la furia del cerro, cuenta haber visto muchos objetos de oro, como: pailas, cuyes, gallinas, pollos y un hermoso jardín, donde de vez en cuando se escuchaba el canto de una musa celestial. Los objetos de oro al pretender sr tomados por algún mortal, desparecían “como por encanto” desatándose grandes vendavales que no le dejaban otra alternativa al intruso, que emprender su atronadora retirada del lugar so pena de morir congelado.
Al respecto Hernán Gallardo Moscoso, en “Dioses que han muerto”, describe lo siguiente: (…) “El Higuinda y el Gunachuro sacaron todo su pedrerío interno; abrieron sus fauces volcánicas para vomitar piedras, lava, ceniza a los acorazados Pizaca y Ahuaca. Dicen que también intervino el Colambo con su lengua de fuego. Proyectiles de rocas, agua piedra, lava, ceniza y bramidos que rompieron el cielo, se oyeron por largos años. Al fin queda despedazado el Ahuaca y muchos de los fragmentos de su granítico cuerpo posan en las estribaciones de Cuinuma; quedó el Pizaca dividido con su pisaquilla; infinito número de proyectiles negruzcos que arrojó el Colambo descansan en santa Bárbara, (…)
Fuente de consulta libro Protagonistas Gonzanameños de ayer, hoy y siempre del Dr. Francisco Gregorio Ludeña León.